AUTORA: Alejandra Nuñez del Prado✊
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En el año 2016 estaba en tercer año de la licenciatura en antropología, solo cuestionaba mi realidad a partir las lecturas que me daban en la universidad, todas giraban en torno a temas indígenas. Iba a la universidad, volvía a casa, leía un poco, hacia los deberes que quería, salía con amigxs, estaba al tanto de la política mientras no me inmiscuya, como si eso fuera posible. Ese mismo año se hicieron distintas protestas en los 9 departamentos de Bolivia exigiendo al Estado una renta mensual de 500 Bs.[1] A falta de cumplimiento de las leyes y normas para salud, educación y empleo para personas con discapacidad, también se exigía que la carnetización sea hecha por las propias personas con discapacidad y sea indefinida. Sin éxito alguno en el propósito de hacer cumplir las demandas, las organizaciones (federaciones y asociaciones) de personas con discapacidad decidieron iniciar una caravana. Recorrieron desde la ciudad de Cochabamba hasta La Paz en 35 días.
Me entere sobre los hechos gracias a mi hermana mayor, quien es doctora y cada fin de semana iba a curar las heridas que lxs marchistas podrían haberse hecho en el tramo. Cuando la marcha se encontraba próxima a la ciudad de La Paz, fue ella quien nos convocó insistiendo que la caravana necesitaba lo que llamaban “apoyos” para bajar las sillas de ruedas por las calles paceñas al recibimiento.
Asistimos como una actividad familiar, desde el paternalismo más interiorizado, era una “buena acción”, yo no concebía el impacto social y político de la protesta, aunque me cueste admitirlo, lo hacía desde la caridad.
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Llegamos a Senkata, lugar donde iniciaba la movilización el último día a las 8:00 am. La caravana estaba organizada por departamento en dos filas, al final acompañaba la “Federación de Padres de Personas con Capacidades Diferentes”. Vi por primera vez a Renta, el perro que había acompañado la protesta durante todo el viaje, le ladraba a unas personas que estaban fuera de la fila –“siempre ordena así”- me dice entre risas una de las marchistas. Me acerqué y pregunté si alguien necesitaba apoyo, un hombre llamado Jesús respondió. Empujaba la silla de ruedas mediante la cual Jesús se movilizaba en silencio y de rato en rato pasaban autos gritando –“¡Los apoyamos!” o “¡politiqueros!”- seguía el camino, y Jesús me preguntaba cada cierto tiempo –“¿Dónde está el Illimani?”- hasta que lo vimos a la derecha, ya estábamos cerca de la ciudad de La Paz.
Durante todo el camino se cantaba en coro la consigna “¡Adelante, adelante, adelante caravana, hemos venido por la renta, por la renta de 500!”. Vi al medio de todos un hombre cargando en el hombro una cruz de madera de aproximadamente 2 metros, tenía unas cadenas que lo envolvían a ella, -“soy el hombre de platino, porque toda mi pierna y brazo están reconstruidos”- cuenta, una mujer se asoma a Wilson, más conocido como el Jesús de la caravana, y le grita –“¡héroe!”- y él pregunta –“¿héroe?” ¿Por qué me dicen héroe?-.
Al fin llegamos al centro paceño, asistieron muchas personas al recibimiento, algunas lloraban y obsequiaban cosas, lxs dueñxs de puestos automáticamente regalaban sus productos. Ese día terminó con un mitin en La Plaza San Francisco, donde se instalaron las carpas para pernoctar.
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Al día siguiente llegué por la mañana a la plaza donde se habían quedado, como mi actitud era completamente caritativa, llevaba conmigo algunas bolsas de fideo, arroz y un par de zapatos viejos para regalar, mi intención era entregarlos y despedirme de la gente que había conocido el día anterior. Cuando entregué aquellas cosas, un hombre me preguntó si iba a ir a protestar a la Plaza Murillo con ellxs, yo no tenía ninguna intención de involucrarme (no en un sentido de negación, solo que ni si quiera se me había ocurrido hacer algo más de lo que había hecho el día anterior como “apoyo”), iba a responder que no, porque tenía que asistir a clases esa mañana, pero la palabra que emití fue –“si”-, de inmediato me pidió ser su apoyo porque las calles eran muy empinadas y los frenos de su silla ya no servían después de tanto camino recorrido.
Nos ordenamos y empezamos a subir a la plaza principal, cuando estábamos por llegar nos damos cuenta que estaba completamente cercada una cuadra alrededor por todas las entradas, las rejas medían 2 metros aproximadamente y habían tumultos de policías en cada una. Llegamos a la calle Indaburo donde lxs marchistas empezaron a gritar consignas y tratar de empujar la reja que impedía el paso, yo estaba parada en una esquina algo lejana, conversando con el hombre que había apoyado, se llamaba Roberto, la escena para mí era algo extraña porque mientras todxs protestaban, el leía su periódico y conversaba conmigo. De repente empecé a sentir ese ardor entre la nariz y los ojos, voltee a ver lo que pasaba a mi alrededor y vi a una persona desvanecerse, empezó a convulsionar, todos empezaron a escapar, los policías habían lanzado gas lacrimógeno. Las personas se chocaban entre ellas, las que estaban en sillas pisaban a las que habían caído al piso, gran parte tenía convulsiones. El “Jesús” de la caravana estaba a los pies de los policías donde lo pateaban, le rompieron la cruz en el cuerpo. Me llegó a las manos una bolsa de leche que atiné a echar sobre los rostros para aminorar el efecto del gas, todo era muy confuso, donde mi recuerdo visual son personas corriendo de un lado a otro en medio del gas y mi recuerdo auditivo son gritos.
Lxs marchistas acordaron trasladar las carpas al lugar de la represión para instalar una vigilia ahí hasta que el presidente escuche sus demandas. La vigilia estuvo alrededor de 60 días esperando tal diálogo, días en los que hubo hechos similares al que acabo de relatar, yo desde un compromiso paternalista empecé a ir todos los días para “asistir” en las represiones, y terminé siendo parte de la cotidianidad de la vigilia. Habían movilizaciones como medida de presión todo el tiempo, marchas en diferentes puntos de la ciudad. Protestas en cada punto de la plaza cerrada, otras en la avenida más transitada, un día sin ropa, al otro con basura pegada al cuerpo, otro día colgadxs de un puente o cercando ministerios, absolutamente todos los días con represión, gas lacrimógeno, carro neptuno, golpes, amedrentamientos, la policía decía siempre palabras denigrantes y lxs políticxs también. La plaza Murillo se mantuvo cercada todo ese tiempo, no importaba si alguien era de la caravana o no, si tenía apariencia visible (en base a prejuicios) relacionada a discapacidad no podía entrar, lxs policías les negaban el paso. Lxs transeúntes hacían notar su postura respecto a los cuerpos no normativos que representaba la caravana, generalmente expresaban inconformidad con la emergencia de estos cuerpos, se generaban discursos de poder desde la lástima o el desprecio. Este paisaje sonoro editado por Daniel Bargach me sitúa un poco en esos días.[1]
La caravana nunca obtuvo un dialogo con el gobierno, la mayoría retorno a su lugar de procedencia. Dos años después el gobierno central derivo a las alcaldías municipales el pago de una renta mensual solo para “personas con discapacidad grave y muy grave” de 250 Bs. Las otras dos demandas siguen vigentes.
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En la caravana hemos formado lazos de camaradería muy íntimos, para mí la caravana significa un antes y un después, porque es a partir de ella que empiezo a contemplar mi realidad de manera distinta.
Al principio sentía desconformidad con el gobierno, pero en el proceso me voy dando cuenta que en realidad es un problema estructural de legitimización del poder: el Estado y sus instituciones. Es a partir de la vivencia en la caravana que logro comprender la forma en la que rige el sistema capitalista, como excluye y oprime a partir de sus premisas básicas, y cómo produce cuerpos normados y normativos que atraviesa a las diversidades. La caravana para mí es empezar a entender el mundo a partir de la diversidad funcional/discapacidad, de aprender y aprehender a partir de esa vivencia y las que le continúan. Ha sido muy importante para mí empezar a cuestionar las raíces del paternalismo con el que había actuado todo ese tiempo, y es difícil liberarse de él cuándo hay un entorno que revindica su interiorización.
Aunque es contradictorio, mientras duró la vigilia de la caravana de personas con discapacidad, pese a tener una relación intensa con ella, ni siquiera había relacionado lo que vivíamos cada día con lo que estaba estudiando a nivel de licenciatura. Fue literalmente al día siguiente que la vigilia de la caravana terminó que busqué en internet “antropología de la discapacidad”, lo primero que encontré fue un blog donde se hablaba sobre la autoetnografía “El cuerpo silenciado” de Robert Murphy. Decidí revisar la biblioteca da mi facultad (Universidad Mayor de San Andrés) en la cual solo encontré investigaciones, publicaciones y tesis desde trabajo social y alrededor de tres en comunicación social, la gran mayoría tiene un enfoque médico rehabilitador, o pequeñas diásporas del modelo social, cuyas diferencias yo aún ni percataba. El único trabajo que encontré sobre discapacidad desde la antropología fue el de Violeta Montellano, con el artículo sobre el visualidad alterna. Me alentaba poder encontrar lecturas al menos en internet, sobre antropología y discapacidad.
Llegó una compañera mexicana de intercambio a la carrera, y es ella quien me menciona el trabajo que se venía realizando en México sobre diversidad funcional “con un tinte padrísimo”, es así como me remite al contacto de Jhonatthan, al ver su red social de Facebook me doy cuenta que estaba súper enterado de lo que había sucedido aquí y le escribo para poder videollamarnos. Cuando empezamos a conversar y me cuenta lo que estaban trabajando allá, otro mundo se abrió para mí, poder saber que las cosas que había aprendido y habían cambiado mi forma de pensar ya tenía muchas investigaciones hechas desde nuevos abordajes, como los estudios culturales. Jhonatthan me envió algunos artículos suyos, me sorprendió mucho cómo alguien que está tan lejos estaba tan enterado de lo que había pasado en la caravana, cuando a mucha gente que se ha relacionado en su cotidiano transitar con ella ni si quiera le interesaba escuchar las demandas.
Es difícil decir cuál es el contexto de reflexión en Bolivia desde o en torno a la diversidad funcional/discapacidad, pero sí se puede afirmar que es todavía limitada, el medio sociocultural en general se encarga de reproducir el modelo médico rehabilitador, como digo con anterioridad, hay pequeñas diásporas de interpelaciones desde el modelo social, pero no transgrede a otras maneras de construcción. Hay asociaciones de personas con diversidad funcional/discapacidad, que están empezando a trabajar la filosofía de vida independiente, que aunque son pocas, cada vez tienen mayor alcance, de a poco se cuestiona cada vez más la clásica y atroz estructura estructurante de la “discapacidad” como patología. Conocer historias de vida de personas institucionalizadas en centros de rehabilitación en contra de su voluntad, que han salido y tienen una vida como desean llevarla fuera de ésta, es un logro. Muchas reflexiones “innovadoras” parten desde ello, a diferencia de otros lugares donde ya se abarcan temas con consciencia desde el giro crip-tico. Lo que si hay son caminos de reflexión por recorrer tomando en cuenta que Bolivia tiene diversas naciones, por ende diversas formas de “discapacidad”, que no siempre cuadran con el mandato del Estado.
Se me ha cuestionado muchas veces del porqué mi interés sobre la “discapacidad”, argumentando que si no tengo discapacidad no soy quien para hablar reflexivamente en torno al tema, a lo cual mi respuesta (además de todos los obvios motivos expuestos) es que todxs vivimos nuestros cuerpos de formas distintas, sentimos opresiones sobre nuestros cuerpos de formas distintas, pero a la vez agenciamos nuestros cuerpos en contra de estas opresiones de formas distintas. El capacitismo no recae solamente sobre personas con diversidad funcional/discapacidad y ahí se puede encontrar la transversalidad que detona un cuestionamiento personal, estructural y un accionar.
Cuando Jhonni me pidió una foto personal para poner en esto que escribo no se me ocurrió otra más que ésta donde estoy yo haciendo teatro, que es una de las muchas formas como experimento, entiendo y vivo mi cuerpo.
[1] http://www.danielbargachmitre.com/yosoytu/
[1] Eso equivale aproximadamente a $1.364,67 pesos mexicanos.
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Las manifestaciones son una de las pocas maneras de superar la fuerza policial, sobre todo cuando se hacen incontenibles gracias a su amplitud y movilidad, y cuando disponen de recursos para regenerarse a sí mismas. Tal vez estos sean momentos o episodios anarquistas, en los que la legitimidad de un régimen está cuestionada sin que un nuevo régimen haya ocupado todavía su lugar.
Judith Butler: Cuerpos aliados y lucha política. Hacía una teoría performativa de la asamblea.
Querida Ale muchas gracias por compartir los sentires que te alcanzan cuando la caravana y la protesta de las personas con discapacidad llegan a atravesar tu forma de vida. Dadas tus reflexiones pienso principalmente en dos cosas:
(1) Si acaso la antesala de lo acontecido en 2016 en Bolivia y 2017 en Argentina respecto a las políticas de austeridad en programas de pensión, podría ser el Programa Pensión para el Bienestar de las Personas con Discapacidad en México.
(2) Considero que las vigilias y los colgamientos de Cochabamba, la caravana y la protesta que se apoderó de las calles en La Paz, reflejan que la reunión es significativa más allá de lo que de ella se diga, y este modo de significación es una actuación conjunta de los cuerpos, una performatividad plural que no solo contempla exclusivamente a las personas con “discapacidad”, sino a una multiplicidad de sujetos que siguen viviendo el acontecimiento estremecedor de que el presupuesto educativo, sanitario, laboral, habitacional, no son más bienes públicos sino mercancías que se adquieren/reparten de manera desigual en el seno de la sociedad.
Para situar el contexto de la caravana recomendamos el siguiente documental:
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